Cada vez que algo te toca el alma hay un impulso que no puede ser contenido.
Una energía, en su frecuencia propia, se sincroniza, resuena adentro y mueve las fibras de eso que no sabemos qué es pero que nos da la identidad, la conciencia.
Cada cosa que pasa alrededor nos cambia y hay algunas que puntualmente logran que resonemos con ellas.
Como todos tenemos diferentes “colores”, nos movilizan cosas igual de diferentes.
También es diferente la forma en que reaccionamos cuando algo nos conmueve, puede hacerte gritar y compartirlo, puede hacer que busques un lienzo y pintes, que te unas a otros o hasta armes una comunidad, o reces en soledad, o en una hoja en blanco vayas armando un puzzle de sílabas que se van hermanando en versos que cuentan lo que a veces no sabés hablar, o vuelvas el grito en acordes disonantes y el amor en melodía…
Mil formas de procesar esa energía que nos llegó. Al final, vivir es eso. Un proceso continuo de creación, que en el sentido estricto es transformar. Para bien o para mal.
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